Las leyendas arias nos cuentan que estos seres estaban laureados con la inmortalidad, un privilegio que se perdía en el instante en el que la ninfa diese a luz un vástago fruto de su unión con un mortal.
Pues bien, uno de los mitos germánicos narra la existencia de Ondina, una ninfa de una belleza sobrecogedora que se prendó de un apuesto caballero llamado sir Lawrence, con el que acabó desposándose.
El día en el que se celebraron las nupcias el mortal le prometió: «Cada aliento que dé mientras estoy despierto, sea mi compromiso de amor y fidelidad hacia ti».
Pasado un año de matrimonio, la ninfa alumbró una bella criatura. A partir de ese momento, en cumplimiento de las leyes que regían el destino de las ninfas, su perpetuidad se vió truncada y, con ella, la belleza de la que hacía gala. Sus sinuosas curvas se evaporaron y en su rostro comenzaron a aparecer sendas arrugas.
Cierto día, mientras la ninfa paseaba entre las mieses, cerca de los establos, sorprendió a sir Lawrence durmiendo en el regazo de otra mujer. Ondina se apresuró a despertarle y maldecir su existencia: «Me juraste fidelidad por cada aliento que dieras mientras estuvieses despierto y acepté tu promesa. Así sea. Mientras te mantengas despierto podrás respirar, pero si alguna vez llegas a dormirte, morirás».
Sir Lawrence estaba condenado a mantenerse despierto, algo que resultaba a todas luces imposible. El mortal no tardó en ceder al agotamiento y quedarse dormido, no despertando jamás. La maldición de Ondina se había cumplido.
El oso de la oscuridad 🐻
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